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domingo, 20 de junio de 2010

Karina Otra Vez


Karina estaba de pie junto a la mesa del bar, hace tres años no la veía, esto no significaba que no la recordase, al contrario, siempre me arrepentí de dejarla, buen sexo y sicótica compañía es difícil de encontrar, la sorpresa fue mayor al verla con su cabello largo y tan delgada como siempre, su delicada espalda que jamás terminó de emitir gemidos estaba ahí, esperando tortuosamente sentir algún orgasmo que le permitiera retorcer y arquear ese trozo de cuerpo cubierto por su cabello enmarañado.
Un cruce de palabras y una sonrisa cómplice bastaron para irnos de la mano y entrar luego abrazadas y ansiosas a un motel en Cumming, como si estos años hubieran sido una vana ilusión, retomando lo que quedó colgando de un hilo. Ella seguía con su elocuencia verbal, a sus 23 años no había cambiado mucho esa estructura de mujer correcta que disfrazaba tras esos lentes ochenteros a la libidinosa que a ratos al verse desnuda saltaba como si hubiera estado enjaulada con escasez de agua y luz, mientras yo había aprendido como sostener en el aire a esas mujeres que se esconden tras su propio placer.
Lo espontáneo del asunto me excitó mucho más que ver esa espalda desnuda nuevamente entre mis brazos, la que jugaba a escaparse riendo de lo que vomitara mi locura, su sonrisa de miel endulzó mis labios cuando me tiró a la cama con esa fuerza animal que para ser sincera, tanto extrañaba. Su pelo mucho más largo de lo que recordaba, cubrió mis hombros como una cuerda movediza cada vez más extensa, que se movía con el vaivén de sus caderas entre mis piernas. Tan rápido fue el ascenso del placer que apenas logré bajar mis bragas hasta mis tobillos, al igual que ella a medio desvestir por la urgencia de este sentir nos vimos envueltas en una armonía de cuerpos fundidos. Su pie izquierdo fue a dar entre mis bragas, pequeño trozo de tela que nos unió y con más fuerza aún el movimiento se hacía más penetrante.
Su olor, el mismo perfume que me hizo reconocerla a mi lado después de tanto tiempo separadas, ahora hervía en la habitación, como un incienso que se introducía en mi nariz hasta quedar completamente impregnada de Ella.
El placer constante era como un fuego, una locura de estos encuentros fugaces que desembocan en camas ajenas como pocas veces suelen ser acertados.
Sus besos consumían con frenesí mi cuello, ya al borde del éxtasis, mi mejor droga, como siempre le decía, sus labios eran un órgano sexual más que invadía mis mejillas.
Sus manos sujetaban mi cintura, como si de ello dependiese su vida, con desesperación su piel se ceñía a mi cuerpo, deliberando una lucha constante entre sus movimientos y los míos casi sincronizados, mientras yo la tenía sostenida con mis piernas entrelazadas en las suyas y mis manos rasguñaban su espalda con desmesurada soberbia.Ya al borde del orgasmo comenzamos a gemir, como si no hubiera nadie más en ese lugar, y juntas sentimos el placer máximo, como fuera de esta dimensión, cual síncope momentáneo que elevó nuestros sentidos a niveles inconcebibles. Quizá el alcohol fue el culpable de estas punzadas desorbitadas, pero recordando nuestros encuentros anteriores, esto era usual cuando hacíamos el amor en lugares públicos. Extenuadas por estas horas de intensidad sexual, nos vimos desnudas y abrazadas en una cama que nos delataba por sus crujidos de madera húmeda, un hombre gemía en la pieza de al lado como un animal, las cortinas cerradas escondían los primeros rayos de Sol y nuestros corazones latían como dos tambores. Dormidas tras la sucesión de espasmos soñé nuevamente que corría en una pradera hasta el borde de un acantilado donde comenzaba a volar hacia el Sol, cuando estuve a punto de tocarlo y quemar mis brazos desperté exaltada descubriendo que ella me espiaba con una cara cubierta de paz. Nos besamos transformando nuevamente nuestras bocas en órganos sexuales, cerré mis ojos hasta que sentí que ella había comenzado a llorar. La abracé aún más fuerte y bese su cara y cabello como si fuera una niña frágil. Le pregunté qué ocurría, pero no obtuve respuesta alguna. Deje de insistir y nos bañamos juntas lo que hizo volver la excitación y ambas bajo el agua hicimos el amor con una adorable parsimonia, empezó a hablar en francés y más rápido de lo que imaginé llegamos al orgasmo. Ya faltaban 15 minutos para dejar la habitación y nos quedamos tendidas en la cama, aún desnudas nos acariciamos y besó mi vientre casi con devoción. Cada una se vistió con la ropa de la otra, cómo lo hacíamos antes para tener que volver a vernos. Al salir el Sol, este casi nos deja ciegas, después de estar 12 horas encerradas, pero la calidez del día hizo todo aun más agradable, paseamos por Plaza Brasil, jugamos sin dejar de enlazar nuestras manos. El día ya terminaba y no hacían falta las palabras para comunicarnos, había vuelto esa conexión de antaño. Volvimos a ser dos niñas pequeñas desprovistas de amor, estando incondicionalmente la una para la otra. Nos despedimos a las 9 de la noche con un nudo en la garganta. Karina temía volver a mi vida y yo desapareciera otra vez. Nos abrazamos por largos minutos, intentando revivir las sensaciones que vivimos la noche anterior y cada una siguió en direcciones distintas, sin intención alguna de vernos otra vez.

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El lobo.

El lobo.