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jueves, 2 de diciembre de 2010

Sus manos en mi cuello.

Sus piernas azotando mi espalda.
Sus labios atrapando el hervor.
Sus ojos atentos.
Su rostro transformado en una grieta.
Amor amor, aquí estoy.
Ven en silencio, recorre nuestros cuerpos como si fuese una fiesta, llora y espanta por completo tu dolor, has lo que quieras, pero esta noche déjame ir a dormir entre tu ira y mi amor.

Desequilibrio fortuito de féminas con los ojos y los labios hinchados de misericordia arrastrada de tiempo pasado. Ironía de la locura, ríe como un payaso en máximo esplendor por tanta idea errónea que nos rodea cuando intentámos atar la cura a nuestras manos que desaparecen sumidas en la pena de tocar la herida abierta ante nuestros ojos. Estamos cansadas, dicen mientras ambas miran ante el espejo del baño sin puerta ni ventana inventado en una noctura víspera a la llegada de un termino detonante, sus voces repercuten en el silencio, al vibrar, este crea punzantes crónicas que viajan directamente al hemisferio derecho del cerebro ambiguo unido a la espina dorsal.
Que dolor, danos tu paz Señor.
La cabeza comienza a ladearse, toman de sus manos y caminan al nido que ofrece un poco de calor en momentos de plena destrucción, acaba de comenzar la agonía de este amor que insinuó sin arrugar la nariz para mentir la más grande y última historia de amor, ilusión enraizada en el corazón inflamado de las damas de candor. Se miran a los ojos como si intentaran aliviar el sonido agrio de el adiós que incesante se escucha a lo lejos arrastrando toda imagen postergada para tiempos venideros. Se acurrucan entre ellas y lloran por el vacío que dejará la ausencia de la otra, graban el momento próximo al comienzo del fin para cuando esto ocurra tener la esperanza de hallar otra sincronía tal para danzar en lo dulce de la vida de a dos. Se besan como si fuera la última vez, mañana será otro día.

El lobo.

El lobo.