Opus Due.
Y cierro la ventana para elevar los brazos y dejar caer todo cuanto llevo en mi espalda para contemplar lo que hay detrás de cuantas atmosferas me separen de una verdad circular.
Y comprenderé que la prudencia si existe, aplacando cualquier impulso, atando mis manos a la pared con miles de cuerdas metalizadas sin dejar espacio alguno que me permita acercar mis sentidos a lo que no debo ni menos puedo hasta la conjunción cuadricular.
Y abarco todo cuanto he vivido para lanzarme hacia algún vacío en cruenda permanencia y volatilizar los agudos sonidos del reloj, dejando a un lado el tiempo que martiriza mis movimientos, quiero pero no debo mientras no fluya la luz.
Y eligiría todo cuanto esté a mi alcance para realizar equilibrios constantes (ec= k) sin visualizar nada que pueda dejarme atrás de alguna vieja fotografía guardada en un baúl empolvado de ideas septentrionales.
Y yo bien podría acompañar a todo cuanto sea necesario por entremezclar colores transparentes a la oscuridad y brillantes en los callejones de suburbios mentales.
Y yo podría escoger la opción dos.
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