El conejo que siempre tuve detrás de mi cabeza sabía esconderse cuando me miraba en el espejo, entonces cuando de improviso me ponía frente a mi reflejo, el muy pillo se escondía o qué sé yo.
Todo el día me decía : tecler tecler tecler tu tu tut ichiqeuseu ichiqueusu tutututui cuq cuq pucu pucu pucu, ¿derech? Ler Ler Ler, y así, sin parar me hacía compañia con su extraño dialecto conejero.
A veces se le salía un te quiero o me acariciaba la nuca cuando yo decía la palabra pez o paz.
Teu teu teu teu teu teu to cot ah mmm.
El conejo que estaba detrás de mi cabeza olía a ciprés, lo más probable es que durmiera en alguno junto a su extensa familia.
Toda su presencia me abrazaba hasta el día en que me pelé, y el conejo que estuvo siempre en mi cabeza desapareció.
A veces me deja cartas que de seguro son de amor, porque siempre están acompañadas de un ramito de pasto con espigas alrededor.
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