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lunes, 15 de noviembre de 2010

La Otra en la Nada

No siento los brazos, las piernas, el corazón.
Las pestañas se caen oxidadas de tanto ardor. Un grito del lado izquierdo de la cama me araña los oídos sin dejar un segundo de vibrar por 60 consecutivos.
Camino hacia la escalera más extensa que he subido en mi vida y no veo el por qué no llegar al final, si acaso esta tuviese término alguno.
Recuerdo solo parte del combate nocturno entablado entre la que soy y la que fui. Ella aun desea quedarse y albergar entre mis manos, las que a ambas nos pertenecen, cuerpos ajenos al propio, robar y aniquilar miradas inocentes ávidas de un amor sacro y obsceno, a veces pienso que no hay opción  ante la inminente fuerza de La Otra. Avasalladora mujer de una fuerza descomunal oprime mi cerebro hasta reducirlo a hirviente ceniza, pulverizada aun más con esa mirada que quema, arde y desecha, iba cantando victoriosa hasta que decidí dar un paso contrario, quedándome quieta por la sutil perversión que ya no existe porque el alma despavorida se cansa del séquito de miradas perdidas en el instante en el cual aparece Ella de improviso. Ellos pierden y se pierden en el comienzo de un sueño fantástico, donde Ella y Ellos protagonizan la más dulce historia de amor creada en los cimientos de la nada. Ilusos a la perfección.
Río para mis adentros, los nervios me comen las uñas y me dejan desequilibrada hasta el punto de sentir la solución en tirarme al vacío de una buena vez, vacío lleno de miradas suplicantes por un abrazo o una caricia del alma, como el amor a un paciente enfermo, necesidad altruista de sentir conformidad por hacer el bien al otro, el amor y el engaño.
 Tengo la última esperanza de safarme de aquella centrífuga de locura conceptual, alejarme de los miedos mezquinos de la vida.
Respirar.
Perseguir lo irreal.

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El lobo.

El lobo.