¿Y acaso no es Dios quien se presenta ante mi cuando logro estados cúlmines de un sentir sublime y vertiginoso?
Lo he conocido y es algo así, múltiples colores que no se cansan de danzar mientras yo calada viajo entre sus tonos de maravillosa magia aérea y mi cuerpo se fragmenta para dar paso a una separación divina donde cuerpo y alma como una trenza se elevan mientras mi centro trata de seguirles el paso fugitivo hacia el paraiso del ecstasy fortuito, y mis gemidos cristalinos retumban en los que eran mis oídos ahora transformados en dos cuencas de un mar divino y petríficado
azul ultramar que se logra sentir en la piel minimizada ahora limpia de escombros incrustados que antes se veían en estos espejos de realidades que vueltos agua dejan una brisa fresca que recorre el ser en su totalidad y espero ansiosa el silencio que viene después de aquel viaje intenso y gotas de sudor me hacen volver en si y caer sobre un edredón acogedor que esperaba atento a mi llegada.
Y así una y mil veces por cada vez que sucede.
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